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martes, 25 de marzo de 2014

Robert Capa y el cine, según Magnum






En 1946, un año antes de la fundación de la agencia Magnum, Robert Capa viajó a Hollywood invitado por su amante, Ingrid Bergman. El fotógrafo húngaro y la actriz sueca se habían conocido poco antes en París. De la mano de Bergman, el fotorreportero más famoso de la historia, el hombre que pisaba todos los frentes bélicos, entró con su cámara en un estudio de cine para descubrir otro tipo de contienda. El rodaje de Encadenados, de Alfred Hitchcock, fue la semilla de un idilio mucho más fructífero y longevo que el de la bella estrella y el aguerrido reportero. Fue el nacimiento de la futura relación de Magnum con el cine, tan importante e icónico como el vínculo de la agencia con la realidad misma. La exposiciónLa cámara indiscreta. Tesoros cinematográficos de Magnum Photos, que se inaugura el 1 de abril en la Sala Canal de Isabel II organizada por la Comunidad de Madrid, reúne más de cien imágenes que recogen aquella aventura entre fotografía y cine. Matrimonio que, como tantos, se acabó acomodando con los años hasta perder el fuego y la frescura de sus inicios.
Pero volvamos al principio. A la intensa Ingrid Bergman en Encadenados, envenenada por su marido nazi, el diminuto Claude Rains al lado de la sueca gigante, empujada a la muerte por su amor, el contenido agente Cary Grant. Y todos ellos, actores, personajes, técnicos, movidos por los hilos de Hitchcock, que sobrellevaba el peso de su imaginación y el sopor de las horas de rodaje corrigiendo el ojo de la cámara de Ted Tetzlaff, su operador. Como testigo, Capa, atraído por la ambivalencia de la situación, por la realidad confrontada a la ficción y la ficción devorando la realidad, por esa tribu errante y sin patria que formaba el cine.
Hasta entonces la fotografía de rodajes como la entendemos hoy no existía. Los estudios solo hacían imágenes para vender las películas
Como recuerda el crítico francés Alain Bergala en su libro Magnum Cinema, el abanico de amistades cinematográficas del fotógrafo húngaro era amplio, Gary Cooper, Billy Wilder, Gene Kelly, Joseph Mankiewicz… Pero de todas ellas fue una la que sellaría la relación épica de la agencia con el cine y sus estrellas: la de John Huston, a quien le gustaba el azar tanto como a él, y que anteponía la vida a cualquier jornada de trabajo. El juego, los perros, la caza, la familia…, en las prioridades del director de El tesoro de Sierra Madre las películas parecían quedar fuera de campo. “La relación de Magnum con el cine siempre fue una relación muy natural, más personal que profesional”, recuerda Emmanuelle Hascoet, directora de exposiciones de Magnum en París y encargada de la selección que viaja a Madrid. “Hasta entonces la fotografía de rodajes como la entendemos hoy no existía. Los estudios solo hacían imágenes publicitarias para vender la película. No había punto de vista. Magnum descubrió la parte más íntima de los rodajes. Por primera vez se vio lo que no se había visto antes. Lo cierto es que sin la amistad de los fotógrafos con muchas de las estrellas esto jamás hubiese ocurrido”.
La película que marca el mayor hito, y quizá el punto sin retorno, fue Vidas rebeldes, de Huston. Un drama escrito por Arthur Miller para su esposa,Marilyn Monroe.
El filme, rodado en 1960, dejaba a su suerte a un grupo de personajes inadaptados en una ciudad fronteriza y dedicada al juego, Reno, en pleno desierto de Nevada. La amistad del entonces director de Magnum en Nueva York con el productor de la película, Frank E. Taylor, provocó un encargo tan insólito como histórico: había que evitar a toda costa el aluvión de paparazis que ocasionaría el reparto. Así que para solucionarlo, la agencia suministraría grandes cantidades de material a las revistas. Al rodaje asistieron nueve fotógrafos de Magnum. La idea inicial era formar parejas de dos cada quince días. Un abordaje inédito que sin duda ha multiplicado la leyenda que rodea el filme y a su equipo.
La relación de Magnum con el cine siempre fue una relación muy natural, más personal que profesional, recuerda Emmanuelle Hascoet, directora de exposiciones de Magnum en París
Como si se tratase de un ejército paralelo, Magnum envió a sus mejores hombres y mujeres para exprimir la vida de aquella concentración de belleza, talento y desgracia. Nadie en ese momento sabía que iba ser la última película de Clark Gable, que moriría poco después de un infarto; ni la de Marilyn, que apenas la sobreviviría durante un penoso año. A la brecha de Gable y Marilyn se sumaba la herida de Montgomery Clift, por la que se colaban todas las drogas y el alcohol posibles. El actor se pasaba las noches en vela rees­cribiendo su papel. El rodaje resultó duro y agotador. Se duplicó el coste. Huston se jugaba el sueldo en el casino y Marilyn, para desesperación de todos, solo hacía caso a su profesora y confidente, Paula Strasberg. El rodaje se interrumpió por una crisis de la actriz, que acabó ingresada en Los Ángeles durante dos semanas por sus problemas con las pastillas para dormir y para despertar.
El batallón de Magnum lo registró todo sin invadir nada. De la luminosa energía de los primeros días a la oscuridad del tránsito y la tristeza y nostalgia del tramo final. Cada fotógrafo, además, miraba a su manera. Marilyn se llevó la peor parte en la vida real, pero nadie podía competir con ella si se trataba de seducir a una cámara. Devoraba los carretes. Por el rodaje pasaron primeras figuras. Cornell Capa, hermano de Robert, que había ingresado en la cooperativa después de su muerte; Henri Cartier-Bresson, otro de los fundadores junto al polaco David Seymour Chim y el inglés George Rodger; Bruce Davidson, un joven fotógrafo que meses antes había sacado oro de una inquietante cena entre Yves Montand, Simone Signoret, Arthur Miller y Marilyn; Ernst Haas, el austriaco al que debemos la mejor serie que existe frente a un objetivo de Robert Capa; Eliott Erwitt, que ya había fotografiado entre otras La ley del silencio, de Elia Kazan; Erich Hartmann, judío alemán que a los 16 años había emigrado a Estados Unidos huyendo del nazismo; Dennis Stock, el compañero de viajes de James Dean, con buen ojo y buena mano con las estrellas; Eve Arnold, la gran amiga de Marilyn y una de las que mejor supo retratarla, e Inge Morath, otra gran fotógrafa cuya presencia en el rodaje tomó un inesperado protagonismo al enamorase de Arthur Miller y desencadenar el final de una muerte anunciada: el matrimonio con Marilyn.
El cine forma parte del mito de Magnum, del corazón de la agencia
Juntos, los fotógrafos de Magnum crearon un fresco irrepetible. “Lo interesante eran ellos, no las fotos”, señaló una vez Elliot Erwitt cuando le preguntaron por aquel trabajo que fijó en la memoria decenas de imágenes icónicas de la historia del cine y de la fotografía. “Fue algo excepcional. Bien organizado. Pero cuyos resultados fueron muy fuertes”, afirma Emmanuelle Hascoet. “No se volvió a repetir. Los fotógrafos de Magnum siguieron yendo a los rodajes, pero jamás de esta manera”. Con los años, los buenos fotógrafos empezaron a huir del cine de Hollywood, espantados por una industria mucho más hermética hacia sus estrellas, consentidas a un control final del producto que ha devaluado su imagen hasta perder el interés. Como decía hace poco en Madrid Mary Ellen Mark, la mítica fotógrafa de Apocalypse Now, de Coppola, o del Satiricón, deFellini, los actores son siempre un regalo, “pero solo cuando uno se puede acercar de verdad a ellos”.
El cine forma parte del mito de Magnum, “forma parte del corazón de la agencia”, en palabras de Hascoet. Magnum enseñó a mirar el cine a través de la fotografía, a descubrir secretos que la pantalla ocultaba. Sin mentiras, con la verdad que nace del respeto mutuo. Por su parte, el cine abrió el campo de acción de la fotografía a un terreno ilimitado: el de la épica y la imaginación, el de los infinitos rostros de los actores. Capas de realidad que se resumen en la imagen de Eugene Smith de Chaplin mirando por el ojo de una cámara dejando ver a su vez el agujero del zapato de Charlot; o toda la serie de Elisabeth Taylor en De repente, el último verano, donde Burt Glinn capturó por primera vez el volcán que latía en la actriz; o la lucha contra la naturaleza que también fue la versión de Moby Dick de Huston, fotografiada en Canarias por Erich Lessing; o la inmensidad de Castilla frente a la inmensidad de Orson Welles en una imagen de Nicolas Tikhomiroff en un descanso para comer deCampanadas a medianoche; o la maravillosa mirada de Alfred Hitchcock a Vera Miles en una imagen de Elliot Erwitt del año 1957 que revela como ninguna otra quién fue, lejos de los repetidos lugares comunes, la actriz a la que de verdad amó el cineasta o esa legendaria imagen tomada por Dennis Stock desde la distancia de los verdaderos hombres del Oeste a John Wayne en El Álamo, con el viejo vaquero seguido de cerca por un hombre del atrezo que carga un caballo de cartón piedra. Brutal metáfora de un universo que agonizaba, ofrecida al mundo desde la admiración de quienes nunca fueron tratados como extraños, sino como parte de la misma tribu.
La exposición Magnum on set se puede visitar del 2 de abril al 27 de julio en la Sala Canal de Isabel II de Madrid ( Santa Engracia, 125).

domingo, 15 de septiembre de 2013

México celebra a Robert Capa


Poco importa que la mayoría de las personas desconozca que Robert Capa es el autor de la fotografía Muerte de un miliciano o El soldado caído, porque esta dramática imagen –su autenticidad siempre se cuestionó– tomada durante la Guerra Civil española (1936-1938), pertenece al imaginario popular desde hace mucho.


Capa, cuyo nombre real fue Endre Ernö Friedmann, nació el 22 de octubre de 1913 en Budapest, Hungría, país que ha producido grandes fotógrafos. A México llegaron a vivir dos de ellos: Kati Horna e Imri Chiki Weiss. Considerado "el mejor fotógrafo de la guerra" –retrató cinco conflictos armados–, Capa murió en Thai Bin, Vietnam, en 1954, al pisar una mina. El personaje "Robert Capa", fotógrafo estadunidense muy solicitado, fue inventado por Friedmann y Gerta Pohorylle (Gerda Taro) para vender sus fotos.

El centenario del nacimiento de Capa no fue pasado por alto por los organizadores de FotoSeptiembre, ya que la muy esperada exposición itinerante La maleta mexicana, auspiciada por el neoyorquino Centro Internacional de Fotografía (ICP, por sus siglas en inglés), se exhibirá del 8 de octubre al 9 de febrero de 2014 en el Antiguo Colegio de San Ildefonso (Justo Sierra 16, Centro Histórico). La muestra reúne 100 hojas de contactos, 70 fotos enmarcadas, 60 revistas y dos películas.

Vicisitudes de un maletín

Será la segunda vez que el "maletín" ingresa a México, porque se trata de una selección de las imágenes sacadas de la famosa colección de negativos recuperados aquí mismo. En diciembre de 2007, tres cajitas de cartón, conocidas como "la maleta mexicana", llenas de rollos de película, que resguardaban 4 mil 500 negativos de 35 milímetros casi todos de la Guerra Civil española de la autoría de Capa, Gerda Taro (1910-1937) y David Chim Seymour (1911-1956) –considerados perdidos desde 1939– arribaron al ICP en Nueva York para su resguardo y catalogación.

Este trío, que vivió en París, trabajó en España y publicó internacionalmente, sentó las bases para la fotografía moderna de guerra. También los tres perecieron en el ejercicio de su profesión. Las tomas fueron hechas entre mayo de 1936 y la primavera de 1939, pero hay dos excepciones. Una, dos rollos de Fred Stein expuestos en París a finales de 1935, con la conocida imagen de Taro escribiendo a máquina y la de Taro y Capa en un café; la otra, dos rollos del viaje a Bélgica de Capa en mayo de 1939.

No se sabe a ciencia cierta cómo llegaron los negativos a la ciudad de México. Se ha dicho que Capa los había dejado todos en París para ser salvaguardados por su amigo y colega Chiki Weiss (1911-2006). Antes de ser arrestado e internado en un campo de prisioneros en Marruecos, Weiss logró entregar las cajas a alguien que prometió hacerlas llegar al consulado mexicano. Weiss vino exiliado a México en 1941 y aquí se casó con la pintora Leonora Carrington.



Sin embargo, la cineasta y curadora Trisha Ziff, quien negoció la llegada de las cajas al ICP, en su texto La maleta mexicana cita una entrevista de 1979 con Cornell Capa, hermano de Robert: "En 1940, ante el avance de los ejércitos alemanes, mi hermano dio a uno de sus amigos un maletín lleno de negativos y documentos. Entonces, en camino a Marsella, fueron confiados a un ex combatiente de la guerra civil española que debía ocultarlo en el sótano de un asesor latinoamericano. La historia termina aquí. El maletín nunca fue encontrado, a pesar de una intensa búsqueda".

Lo que sí se sabe es que Ben Traver heredó las cajas de su tía, viuda del general Francisco Aguilar González, "quien las había llevado a Francia cuando fue embajador ante el gobierno de Vichy en 1941", escribe Ziff, quien hizo el documental La maleta mexicana (2011).

Seis meses en México


En septiembre de 1937 Capa realizó su primer viaje a Estados Unidos para visitar a su madre y su hermano Cornell, en Nueva York, y negociar un contrato con la revista Life. El año siguiente pasó siete meses en China con el cineasta Joris Ivens para documentar la resistencia a la invasión japonesa. En 1939 cubrió la caída de Barcelona y tras el final de la Guerra Civil, fotografió a los soldados republicanos vencidos y exiliados en campos de concentración franceses. Con la irrupción de la Segunda Guerra Mundial, zarpó para Nueva York, donde empezó a trabajar en varios reportajes para Life.

Lo que tal vez pocas personas recuerdan es que en 1940 Capa pasó seis meses en México, adonde llegó con el propósito de cumplir un trámite migratorio: renovar su permiso de residencia en Estados Unidos, para lo cual debía abandonar el vecino país durante medio año. Life aprovechó su estancia para encargarle la cobertura de la violenta elección presidencial del 7 de julio, de la que resultó triunfador Manuel Ávila Camacho. Capa había llegado a México en abril y se estableció en el desaparecido hotel Montejo, en Paseo de la Reforma 240.

Allí también se hospedó el agente español Ramón Mercader, quien el 20 de agosto atentó contra la vida del revolucionario ruso exiliado en México, León Trotsky, quien murió el día siguiente. Curiosamente, “Capa no consiguió reportear el asesinato de Trotsky, ni en la casa de Coyoacán ni en la Cruz Verde de México, tema abordado ampliamente por los Casasola, el Gordo Díaz y los Mayo”, señala el curador e investigador español Manuel García.

El 27 de agosto, en lo que el cuerpo de Trotsky desaparecía en las llamas de un horno crematorio, Capa logró retratar a su viuda, Natalia Sedova, "mientras la llevaban desmayada a un coche cercano", escribe Alex Kershaw en Sangre y champán: la vida y la época de Robert Capa. El primer reportaje de Capa, todavía un asistente de laboratorio, fue de una conferencia que Trotsky impartió a estudiantes daneses sobre la Revolucion rusa, el 27 de noviembre de 1932 en Copenhague.

Nada contento con la manera en que Life presentó su material anterior a las elecciones mexicanas, tal vez aquí fue donde empezó a gestarse la idea de un novel proyecto: la fundación en 1947, junto con Henri Cartier-Bresson, Seymour y George Rodger, de Magnum, la primera agencia de fotógrafos independientes.


Por Merry MacMasters para La Jornada

http://goo.gl/4qNbhO